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Lo más fácil de escribir ‘El Artista del Cielo’ fue relatar la historia, inventar los diálogos entre sus protagonistas y describir el entorno y la influencia de este en sus acciones. Lo más difícil fue todo lo demás.

Volviendo la vista atrás, me veo divagando entre sociedades secretas y noticias de actualidad, de bar en bar y con el ordenador portátil a cuestas.

La verdad es que nunca me pregunté qué quería explicar con esta historia. Solo recuerdo pensamientos confrontados, ideas preconcebidas y las reflexiones de una postuniversitaria frustrada por la realidad laboral. A todo ello, habría que sumarle la vida y sus lecciones, además de una tremenda fijación por ir siempre a contracorriente. Es decir: al principio no tenía ni puta idea de a dónde quería llegar…

Siempre fui de esas que imaginan lo que puede suceder gafando así el desenlace deseado, pensando en conversaciones que nunca tendré. Sí, es bastante una mierda ser así, pero esa inquietud por crear un lugar donde pudiese encontrar respuestas, evidenciar todo lo que me molestaba de nuestro tiempo o, sencillamente, experimentar vidas que nunca viviré, se tornó muy interesante.

Al principio -muy al principio- el caos de ideas era importante: quería escribir una historia que reviviera épocas pasadas, que escondiera algún misterio, pero que fuera actual, que dejara un retrato de mi ciudad y su momento, que pusiera en evidencia los problemas sociales cotidianos y dibujara una nueva generación con nuevos problemas y nuevas visiones; y que quién la leyera pudiera aprender conmigo todo lo que yo había aprendido por el camino. Nada ambicioso el tema.

Como la ficción tenía todos los puntos, comencé a buscar en los libros por qué hacíamos las cosas que hacíamos, por qué el mundo funcionaba como funcionaba y por qué no hacíamos nada para cambiarlo. Supongo que el periodismo tuvo algo que ver en esa obsesión por encontrar respuestas… Aunque tampoco las encontré en la profesión. Todo lo contrario, todavía surgieron más preguntas en la búsqueda de ‘la verdad’. Y así fue caí en el agujero de la historia y de las sociedades secretas, en las guerras por intereses, los sistemas de control y la obsesión por los dogmas.

No obstante, hay otro origen importante en la confección de los temas que integraron ‘El Artista del Cielo’: mi primer libro. Aquella crónica histórica sobre los fatídicos hechos de la Semana Trágica de Barcelona me habían llevado de vuelta al republicanismo, al anarcosindicalismo, a las revueltas populares y a las barricadas. Al malestar colectivo frente al bienestar de unos pocos. A la mala gestión de la gente de poder por mantener su status quo. Y, por consiguiente, a la muerte de inocentes cabezas de turco. Lo bonito fue que entre tanta rebelión encontré cientos de anécdotas, desde maneras de vivir, hobbies y objetos obsoletos que mejoraron tantas vidas y que hoy nos parecerían absurdos, hasta movimientos intelectuales clandestinos como el Esperanto. Todas aquellas historias minaron ahí dentro, en mi consciencia.

De modo que, a la ecuación del pasado latente y la búsqueda de la sociedad perfecta, se sumaron la pasión por la rebeldía y el goce de la cotidianidad, del disfrute de las pequeñas cosas de nuestro día a día. Ya solo me faltaba el punto de conexión con el presente. Entonces se encendió la llama del 15M y el concepto de lucha social cobró sentido en pleno siglo XXI, un momento en el que el periodismo jugó un papel tan importante para su auge como para su estrepitosa caída. Y ahí lo vi, no tenía que escribir solo sobre épocas pasadas sino que debía narrar también los hechos del presente, en un intento de dejar constancia de nuestra vida aquí y ahora.

Así estuve los años siguientes, sumida en el cinismo, descreída otra vez, evacuando en las palabras de mis personajes todas las preguntas que seguían sin respuesta, toda la crítica social y hacia el sistema, con los ojos puestos atrás para poder algún día mirar hacia adelante con orgullo.